Texto íntegro del Pregón Oficial de la Semana Santa de 2012

PREGÓN OFICIAL DE LA SEMANA SANTA DE GRANADA 2012

Antonio Padial Bailón

Sentimientos de la Semana Santa

Hay sentimientos que formarán parte de mi ser hasta el final de mi tiempo. Son sentimientos que nacen, con una atracción inesperada en los lejanos años de la infancia. Son los sentimientos de la Semana Santa. Sentimientos, donde la sublimidad del espíritu y el placer de los sentidos se entrelazan como columnas salomónicas, formando un todo indisoluble, donde no se pueden separar devociones, deleite en el arte y en el buen gusto y catequesis plástica del Evangelio.

Placer de los sentidos: Sentimiento que se incuba en un nido entrañable de olores, sonidos, sabores y miradas, que conforma ese universo de sensaciones, que constituyen, también, nuestra la Semana Santa.

Miradas… miradas por donde penetra tanta belleza, y tanto amor evangélico. Porque la celebración popular de la Semana Santa constituye la catequesis plástica del amor evangélico, moldeada en la forja del tiempo a través de las generaciones y a través de los siglos, creándonos la conciencia de saber que formamos parte de un legado histórico de hábitos ancestrales, que comenzó en Granada hace cerca de quinientos años, tal vez, con la fundación de la Hermandad de la Vera Cruz, allá por 1540, la primera y la decana de las cofradías antiguas.

Catequesis amorosa de un pueblo, como el andaluz, que en el barroquismo de su ser, se sosiega asimismo y quiere sosegar a un Cristo maltratado, humillado, lacerado y crucificado, mitigando, con una celebración de un esplendor inusitado, los crueles tormentos de la Pasión del Divino Redentor y los dolores y angustias de su bendita Madre.

La Semana Santa en nuestra tierra es, también, una fiesta de vísperas. Porque el pueblo andaluz siempre ha intuido, que tras el martirio necesario de la Pasión, florece la alegría de la Resurrección. Y ahoga las angustias y dolores entre las luces de cera, entre pétalos de flores, entre el compás y compás de las sentidas marchas procesionales…

Granada, cada año, se viste de primavera para mecer la Pasión sobre sus hombros, chicotá tras chicotá, y la canta en el insondable misterio del quejió profundo de la saeta.
Y aquí, entre el albor de Sierra Nevada y el verdor de la Vega, está para acogerte cada año la Granada eterna. Porque eterna es su historia, su Alhambra, sus monumentos, sus artistas, su Albaicín y Sacromonte; eterno es su aroma y eterna es su luz, porque así lo quiso Dios y lo proclaman los hombres. Y Granada, al llegar la primavera, se abre en calles de amarguras, que se empinan hasta llevar la Pasión a los Calvarios del Cielo.

Ay Granada, mi Granada,
que te haces Aleluyas,
cuando Jesús en Elvira,
pasa a lomos de la burra.
Y Granada, en Santo Domingo,
entre inciensos y ciriales,
con levantás celestiales,
presenta el Cuerpo de Cristo
Ay Granada, mi Granada,
huerto de aromas de amor,
cual Ángel Confortador,
en el cáliz del dolor,
llevas su Sangre Sagrada.

y Granada se hace de encaje,
al dibujar sus volutas,
los inciensos en el aire.
y Granada se hace calle,
donde se mece a la Virgen
al compás de los varales.
Ay Granada, mi Granada,
en espera de horas nonas,
tu luz enciende coronas,
en las sienes de la Virgen.
***
Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo de Granada
Excelentísimo Sr. Alcalde
Sr. Consiliario y Sr. Presidente de la Real Federación de Cofradías de
Granada; señoras y señores de su Junta de Gobierno.
Directivos de las Cofradías. Cofrades y granadinos que habéis tenido
a bien asistir a este pregón.
Gracias a la Real Federación de Hermandades y Cofradías por haberme elegido pregonero de este año y, con ello, honrarme y confiar en mí, para cargar sobre mi mente y mi corazón esta enorme responsabilidad de enaltecer nuestra amada Semana Santa y, con ella, a esta ciudad, tierra madre en la que vi las primeras luces de mi vida. En ella me crié y me gané la vida. En ella, aprendí a apreciar el arte de las cosas que nos rodean, la delicia de los sabores, la fragancia de sus olores, el esplendor de sus paisajes y la intimidad de sus recoletos y misteriosos espacios.

Gracias Granada por haberme dado tanto. Gracias, Miguel Luis, amigo y compañero en esa inquietud de dar a conocer ese interesante y rico pasado cofrade de Granada. Gracias por las palabras tan excelentes que has manifestado sobre mi persona, excesivamente generosas, como eran de esperar en un verdadero amigo.

Yo estoy siempre dispuesto para Granada y para su Semana Santa. Yo estoy dispuesto para acudir allí a donde se sienta el latido de un corazón cofrade, que siempre, estoy seguro, latirá al mismo compás del mío.

Granada es la pregonera

Bajo el amparo de esos brazos abiertos y extendidos por amor del Santísimo Cristo de San Agustín, Sagrado Protector de Granada, y acogiéndome a la protección y refugio del manto maternal de nuestra Madre, la Santísima Virgen de las Angustias, y a la dulzura de la mirada de María Santísima de la Merced, imploro su guía en este bello y, a la vez, comprometido trance de ensalzar la grandeza de la Redención Salvadora y el éxtasis doloroso que emana de la Corredentora, la Santísima Virgen María, llena de gracia desde el comienzo de los tiempos.

Un pregón es una proclama, un anuncio que exalta el sentimiento, la belleza, el arte o la devoción o todo a la vez; un grito lírico, tal vez irracional, que brota desde lo más profundo del corazón para poner en carne viva el alma.

Y hoy Granada has querido que yo sea el pregonero de tu Semana Santa.

¿Yo, Granada eterna, tu pregonero?

¿Cómo voy a expresar con mis limitadas palabras lo que tu proclamas con la grandeza de tus universales monumentos, la intimidad de tus recónditas plazuelas, la exuberancia de tu luz de singulares matices, los olores, los sonidos y los silencios de tus paisajes urbanos?

No, tu eres Granada la más excelsa pregonera de tu Semana Santa y la nueva Jerusalén por dónde camina el Señor y se adentra en sus calles de amargura, donde en el reflejo de la Luna se alumbrarán pasiones barrocas. Tu Granada, elevas Calvarios a tu medida… a la medida de las miradas y de los sentimientos granadinos. Calvarios de hombres y mujeres que sufren por el paro desesperante, el desprecio, la escasez, la humillación, el maltrato, el desamparo…. la soledad, la ausencia de los que no tendrán nunca la oportunidad de llegar a ser… a ser granadinos porque han sido segados de la vida antes de serlo.

Sí, Granada eleva calvarios a su medida, calvarios de vegas verdes y de sierras blancas, de ríos, de calles albaicineras, que se deslizan hacia abajo como bucles de cal, ansiosas de beber la Pasión en la corriente del río Darro. Cales que al reflejo de la luna ponen lívidas las noches santas granadinas donde, al decir de Villaespesa, “todo reposa en bajo encantamiento en la plata fluida de la Luna”.

No, Granada, no hay ni habrá pregonera como tú, cuando Granada se hace tuya Nazareno.

Semana Santa, ocho días que resumen los insondables misterios por los que el Dios del universo, incondicionalmente, adopta la naturaleza de aquel ser al que dotó de espíritu, para encarnar su mensaje en la Palabra. Semana Santa, tormento, muerte y redención del género humano por amor y como ejemplo.

Pero Granada recoge la idea y el sentimiento y los engarza, los humaniza y los sublima, y los pasea por sus calles, insertándolos en el alma de sus paisajes urbanos.

De la mano de la abuela, llegó a mí la Semana Santa. De la mano de la abuela, catedrática de la inagotable curiosidad… zancajosa infatigable de vivencias granadinas…de la mano de la abuela la Semana Santa de Granada se posó en la retina de aquella mi mirada infantil, acariciándola con la suavidad de su misterio en aquella estrecha aula de experiencias cofrades, que era la calle de las Navas; calle en la que cabían todas las amarguras de la Pasión, donde se recogían, año tras año, los violáceos fulgores vespertinos, jugueteando con el tintineo de las luces de los cirios de nazarenos y palios. Granada que quiso ponerte Dios bajo el palio blanco de la Sierra Nevada y el respiradero de plata de tus tres famosos ríos. Granada tú eres la mejor pregonera.

***

La Semana de Pasión, Semana de unción

Hay un pasaje del Evangelio de San Juan en el que puede estar la clave reveladora del énfasis con que el pueblo andaluz se prepara, recibe y celebra la Semana Santa. María, hermana de Lázaro, seis días antes de la Pascua, en Betania, rompió, en un derroche de generosidad, el tarro de alabastro que contenía un carísimo ungüento de nardo. Lo derramó a los pies de Cristo y los enjugó amorosamente con sus largos cabellos. No le importó el elevado valor de aquel perfume, porque su destinatario era Jesús.

Ungir a Cristo, puede ser la clave de ese delirio oferente que inflama a toda Andalucía en los días de vísperas y durante la Semana Santa. Quinarios, setenarios, Vía Crucis, altares de cultos de gusto exquisito, funciones; ensayos de unos costaleros, que con tanto mimo y primor, levantan y portan sobre su cerviz a Jesús y a María Santísima; el arte esplendido en los pasos, con las sentidas marchas procesionales… Granada y, con ella, toda Andalucía estalla en luminosidad, arte y buen gusto y, con ello, ungir al Hijo de Dios y a su bendita Madre.

Y ese homenaje es agradable a Jesús y a María Santísima y es agradable a Dios nuestro creador. Él nos dotó de razón para asumir su Palabra y nos dotó de arte y buen gusto, para que alabemos su Ser y su Nombre y eso, también, forma parte de la Semana Santa.

¡Ábrete Granada!
¡Ábrete Granada Bella!
que revientas de impaciencia,
por tantos días de espera,
¡Ábrete Granada!
porque ya es Semana Santa,
que salgan los nazarenos
a tus calles y a tus plazas,
y redoblen los tambores,
en tu bosque de la Alhambra,
con ecos de Semana Santa.

***
Granada en Semana Santa

Y Granada se despierta con el soplo de la sierra en agitación de palmas y olivos, en la Pascua Florida del Domingo de los hosannas y aleluyas. La Sierra Nevada es un pandero de reflejos matutinos de la violácea Aurora, que recibe un Domingo de Ramos de bullicioso ir y venir por calles, iglesias y pasos. Vamos a San Felipe Neri, por donde entra Jesús en la Jerusalén granadina, y vamos con traje oscuro, corbata y medalla, como mandan los cánones cofrades en un día tan grande.

La luz del Domingo de Ramos es una luz inigualable, que hace centellear las palmas con un temblor de dorados reflejos, que van iluminando de oro la tarde.

Y por la calle San Juan de Dios, la Paz, como una blanca gaviota nos viene gloriosa, balanceando su gracia al son de marchas famosas de Semana Santa.

Y en el Domingo de Ramos,
vas abriendo corazones
con el brillo de tus ojos
y arrebatas las miradas,
que acaricias en tus manos
bajo el azul de tu manto.
Y allí, en San Rafael,
rezos, suspiros y aplausos,
para la virgen morena
de los enfermos y ancianos,
cuando sales cada tarde
a pasear con tu gracia
en los Domingos de Ramos.

Y en Santo Domingo, Granada espera, conteniendo los alientos de la tarde, en un silencio expectante, cuando sale por la puerta la portentosa custodia andante, que es el paso de la Santa Cena. Glorioso manifestador que forman los doce apóstoles, rodeando al cuerpo de Cristo.

Pórtico de Santo Domingo, arco triunfal de la Semana Santa del Realejo, por donde sale la gloria blanca a hombros de los costaleros.

Sobre fray Luis de Granada,
se ha posado una paloma,
no quiere extender sus alas,
hasta que salga a la calle
la Virgen de la Victoria.

Me han dicho, que han prendido a Jesús… que lo traen Cautivo por la placeta del Boquerón, donde las casas se aprietan para recoger la intimidad de su mansedumbre, y donde hay muchas esquinas para ocultar la vergüenza de los hombres.

Ya va por Elvira, esparciendo su blanco candor al mover su túnica la brisa. Sólo y abandonado lo llevan al Pretorio de Plaza Nueva, como un criminal más. Plaza Nueva, foro donde se ha dispensado tanto tormento, tanta justicia y tanta injusticia a través de los siglos. Allí, siempre estuvo Jesús maniatado en la imagen del Cristo de los Ahorcados, esperando en su capilla callejera, para impartir su consuelo y su perdón a los reos de muerte, como Él. Ante su imagen se arrodillaban para implorar, como Dimas, que los acogiera en su Reino Celestial.

Y despacio, despacito, para que Ella no lo vea, traen a su Madre, aquella en la que se encarnó para aceptar en su carne humana todos los padecimientos, todos nuestros sentimientos, las dichas y miserias de nuestra especie… y la muerte.

Madre de la Encarnación,
ya no te cabe más pena,
ya sus sogas te hacen daño

en tu alma de azucena,
que va detrás de sus pasos,
sin que nadie se sorprenda,
al ver tu callado llanto,
que hace llorar a las velas
que adornan tu bello paso.

Y aquel pretor, más maniatado que Jesús por la gloria de su poder y más cautivo que aquel manso Cordero Divino, se lava las manos, pretendiendo borrar la injusticia y lo entregó para que lo crucificaran. El se sometió obediente a la injusticia de los hombres.
Al León de Judá, escarnecido, le pusieron el manto púrpura sobre sus lacerados hombros para bajar por la Carrera del Darro sentenciado. Nadie, como José de Mora, logra la conjunción de magistral patetismo y mansedumbre que aflora en el Señor de la Sentencia. ¡Ay! Granada, por tus calles y placetas, apresado va el cordero, manso y Cristo bueno, sentenciado por amor.

Las aguas del Darro gimen
con una triste cadencia,
te condenaron a muerte.
¡Ay, qué terrible Sentencia!

Y detrás, María, caminando en el más bello paso de palio que ha concebido el clasicismo granadino.

Maravillas que caminas
lívida de de tanta pena,
deja que vaya a tu lado,
deja que agarre la reja,
déjame que te consuele
y te cante una saeta,
“pa” mitigar tu dolor
tan lleno de pena negra.

Toda Granada es un río presuroso por la calle de San Antón. Él se ofrece desnudo para el sacrificio, donde el barrio de Figares se asoma al Genil y, en un silencio blanco, que anuncia el muñidor a la cabeza, detrás, su despojo llega.

Preparada la cruz está ya por sayones de rostro fiero, mientras Jesús mira a un Cielo cerrado a toda misericordia y, por ello, la Magdalena llora sin consuelo.

A Madrid lo han llevado en su paso, para que el Papa lo vea, para que los jóvenes aprendan, que al Rey del Universo no le quedó ni una prenda sobre su humana naturaleza, sin importarle que sobre ellas hicieran mezquinas apuestas.

Pero Él, no quiere avenidas madrileñas; Él quiere estar en Granada e ir por las callejas… por la calle Frailes y por la de San José Baja, porque en un balcón los claveles hacen suspiros de aroma, para besar y enjugar el llanto del rostro de María Magdalena.

Y en recóndita capilla, María del Dulce Nombre lo espera y nos dice en un susurro: Despojaros de tesoros, vanidades y riquezas, que al Cielo, así, no se entra.

Y la noche del Domingo de Ramos se aleja, para entrar en unos días de zozobra, angustia y pena.

***
El Lunes Santo el Zaidín se viste de Semana Santa. Las mujeres preparan presurosas el almuerzo para echarse pronto a la calle, porque sale la Hermandad a las cuatro de la tarde y a la Avenida de Dílar han de llegar puntuales, para llorarle a su Virgen y contarle sus pesares.

Madre, apriétame la faja,
que no se escape,
cuando lleve a la Señora
a pasearla esta tarde

Por la Avenida de Dílar, Jesús arrastra el madero con San Juan de Dios de Cirineo, abrumados bajo el inmenso peso de 130.000 granadinos en paro. Jesús, implorando, levanta sus ojos muy abiertos para que el pan de cada día llegue, como llovió en el desierto el “maná” del cielo.

A cada paso que das,
Cristo mío del Trabajo,
nos bendicen los claveles
reventones de tu paso.

Ya se inflama el Zaidín en la Calle Polinario, donde se aprieta para estallar en aplausos, cuando sale la Señora, llena de Luz en su paso, para iluminar la tarde del Lunes Santo ¡Virgen Santa, danos trabajo!

Y vas, balanceando tu palio sobre hombros costaleros, como un cofre de Luz Santa y un arroyo de Luz divina, que arrasa la Avenida de Dílar, esparciendo tus Dolores al temblor de tus bambalinas. Y en el Valle del Darro, ya nos espera esa luz vespertina, tan singular, que se refleja en lilas y fucsias, dejando su eco ensoñado en el Peinador de la Reina y en las torres de la Alhambra, alumbrando de color rosa salmón el atardecer de la Carrera del Darro, porque por allí va la Señora de Dolores… de dolores tan callados y granadinos.

El Sol llora sobre el Darro
pétalos rosa-salmón,
“pa” consolar Tú Dolor.
Y el terciopelo del manto,
con que cubre su candor,
pone en su rostro reflejos
de color rosa salmón.
Y sus suspiros se escapan,

y vuelan al firmamento
sembrando rosas amargas
en las estrellas del cielo
que se tiñen al mirarla
de color rosa salmón.

Lunes Santo, en el que nos tropezamos con la flor de la mansedumbre en cada vuelta de esquina del barrio de la Magdalena ¡flor mansa del Valle del Cedrón! a la que sobre nuestra carne humana se puso el rostro del Amor y de la Misericordia Divina. El barrio de la Magdalena, barrio trinitario por excelencia, se hizo para ti, Señor del Rescate.

Ya sales de tu templo en aquel paso, al que le ha cabido la gloria de trasportar por Granada los restos de San Juan de Dios, santo nuestro… santo de nuestros pobres y enfermos. Y Granada, la que fue tu cruz, se te rindió con su más singular ofrenda, para llevar la urna de tus huesos, donde se posan, cada Lunes Santo, las divinas plantas de Jesús del Rescate, el Hijo de Dios maniatado por nuestras culpas.

Y ya no puedo más que seguirlo tras su paso…

Camino seducido en pos de tu mirada,
turbador perfume de tu divina esencia,
brida que ata mi alma a tu presencia,
para seguirte al Calvario atribulada.

¿Qué artista supo imprimir en tu cara,
aquella seña de apacible melancolía,
que al mirarla parece tan humana
y que al sentirla parece tan divina?
De Moras o Risueño fue el sentir,
¡qué más da la mano que te hiciera!,
si te hizo de tan celestial manera,
que andamos subyugados tras de ti.

Hemos de estar los cofrades muy agradecidos a las monjas. Monjitas humildes que han abierto de par en par sus conventos, para acoger muchas de nuestras cofradías e, incluso, nos han prestado sus más sentidas imágenes. A veces, no les hemos pagado con la gratitud que se merecen. Del compás recoleto de las Comendadoras sale el Huerto, haciéndose ascuas las estrellas del firmamento, al balancear su olivo por la plaza del Realejo. Ir y venir de miradas al compás de los olivos de este Getsemaní del
Cielo. Jesús ofrece su primera Sangre al pie del olivo. Allí, mi Señor del Huerto, levantas tu mirada limpia y clara, que también supo plasmar Sánchez Mesa, cuando ya se había alejado de tu rostro la angustia de tu primera sangre de agonía.

Y se llena de Amargura la calle de los Molinos con la lividez señorial de una Virgen doliente, con la que la gloriosa escuela granadina supo entender la congoja contenida de María en la calle de la Amargura.

Amargura de mi consuelo,
azucena de azules pétalos,
paloma de tronchado vuelo,
temblor místico de agua matutina,
Santo Tabernáculo del Verbo,
musa frágil y dolorida,
que inspira el verso,
obra maestra del Paraíso,
puerta de los amores,
llamador del cielo,
Y Reina del Realejo.

Noche silente del Lunes Santo, dónde el signo de la Santa Cruz se empieza a dibujar en nuestras retinas, anticipando al lunes la tragedia deicida del Viernes Santo. El Santo Crucifijo Redentor y Protector está preparado en la penumbra de su capilla y la Madre de Consolación, en íntimo silencio y recogimiento, entre el fulgor de su candelería, eecibe el sereno pésame de María Magdalena y San Juan.

¡Que ni el silencio nos distraiga! Cuando por la calle pasa la elegancia, sobre el rotundo racheo costalero de su paso de palio, al que nada le sobra ni le falta, desde donde pasea por Granada su mirada consoladora.

Ascuas de lágrimas son tus ojos, que ya no tienen consuelo, cuando consuelan mi alma.

Granada se viste de luto y silencio en la calle de San Antón. El Divino Pelícano yace en el madero con el pecho abierto, ofreciendo el Santísimo Sacramento… todo es silencio. Sólo se escucha el tic-tac monótono del muñidor, en su turbador dialogo con el campanil, doblando la portentosa muerte del Salvador. Es la muerte exacta del Dios-Hombre, expresada en un asombroso éxtasis sobre la madera por el magistral buril de Jacopo “Florentino”.

El artista recogió su último suspiro,
y prendió en su mano el divino aliento,
exhalado del póstumo impulso de su pecho,
llenando en el instante el mundo de silencios.

***

Ya Granada ha desbordado sus corazones con latidos de Martes Santo… ya está preparada… ya el vaso de la Pasión está empezado y a punto para escanciarse con el amargo Mandato. La Pasión ha sembrado sus nidos en todos los barrios.

Y en el Zaidín, el templo de los Dolores no tiene puertas suficientes para salga la grandeza de su Santa Muerte llagada, suspendida del árbol de la Cruz. ¡Qué puertas tan mezquinas para Aquél que con sus llagas nos dio su Divina Sangre! Tus hijos cofrades, con descomunal esfuerzo, te harán puertas para que te reciba Granada y entres en ella para mostrarte en el leño verde de nuestra Salvación.

Y en el interior de la carpa, el tintineo del crepitar inquieto de las velas del palio, que quieren apresurar la salida de la Madre de la Caridad.

Déjame llevar mis suspiros
junto a los tuyos esta tarde,
y en las borlas de tu palio
quiero mecerlos al aire,
al compás de los andares
de tus mujeres cofrades,
que llevan sobre sus hombros,
tanta Caridad de Madre.

Antes de que agonice la tarde por el Valle de Valparaiso, vamos al encuentro de la misma raíz de nuestra Semana Santa moderna y gozne de engarce con nuestras antiguas cofradías de penitencia: Sale la Hermandad del Santo Vía Crucis.

La geografía pasionista de Granada era en los siglos XVII y XVIII una tupida red de calles de Amargura, que se dirigían a los distintos promontorios de la ciudad (Sacromonte, Cerro del Aceituno, Campo de los Mártires, Cerro de los Rebites). Vías Sacras y copiosas hermandades de la Vía Sacra recorrían las calles de Granada con sus estandartes, cirios, imágenes y flagelantes, convirtiendo la ciudad en semana de penitencia pública todo el año.

Por ello, no podía ser de otra manera, el Vía Crucis tuvo que convertirse en la semilla que hiciera resucitar, como el Ave Fénix de sus cenizas, a nuestra actual Semana Santa. Sólo subsistió la Vía Sacra de San Miguel, en la ermita del Cerro Aceituno, fuente que vivificó a la Hermandad del Santo Vía Crucis.

Con qué fuerza, casi crispada, Jesús de la Amargura se aferra al asta de su martirio, madera santa, desde el momento en que Él posó sus divinas manos en ella. Sólo un Dios puede aferrarse, sin mesura, al mástil de su tormento extremo por el mandato ineludible del tributo de amor a los hombres.

Ya, en el suelo preparado está el madero,
Desgajados, ya, sus frutos de Pasión,
desatando de sus manos, ya, la pleita,
ya la Aurora desmadeja su dolor.
Soledad de soledades lleva dentro,
y a sus hombros el madero se ciñó.
Apresadas nuestras culpas en el leño,
humillaron su cerviz sin compasión.
Plañideras van las aguas del río Darro,
de amarguras llevan tintes su color.
Madrugada de Albaicín y de amargura,
de Amargura, madrugada de Pasión
.
El Martes Santo, por San Juan de los Reyes, el Albaicín es más Albaicín que nunca. Todo lo típico se confabula para ofrecerse a tus plantas, Señora de los Reyes: cuestas y plazuelas, torres almohades y, como fondo, la Alhambra asomada en el repecho de su bosque. Tras las blancas tapias, los cipreses amagan su misterio al ser rozados por la luz vespertina. Los geranios rozan su palio por la angosta calle, cuando se balancea en un resplandor de plata, eclipsado solamente por la luz mística de su céreo rostro.

¡Ay! A tristeza, no hay ninguna que te iguale y parece que te mueven los cipreses de los cármenes, cual si fueran costaleros que en su silencio te mecen. Hoy el Realejo hace de Pretorio para coronar de espinas las sienes del Rey de Reyes. La grandeza de Dios se ve humillada por amor al hombre.

Salivajos, latigazos y patadas, burlas y escarnios. Silencio, sólo silencio se escapa de sus labios. Con la cerviz inclinada, cuanta humillación se balancea en ese paso, que navega con ritmo trágico sobre nuestras miradas.

Su cabeza coronada
con espinas de Pasión,
con la mejilla morada,
por los golpes del sayón,
Jesús abraza la caña
de su realeza humillada,
con mirada de perdón,
en su Humildad soberana.

Y un revuelo de golondrinas pone de luto la tarde, para arrancar las espinas y llevarlas al regazo de la Soledad de su Madre. ¡Cuanto sudario deshabitado de Cuerpo Santo! ¡qué solitario está el aire que mece la mortaja que levantan sus brazos en su delicado pasmo! ¡qué leño más solitario! ¡qué lágrimas más silenciosas! ¡ qué manos más delicadas…!

Virgen de la Soledad,
no estás sola en el Calvario,
pues te acompaña a tus pies
un querubín desolado.

El reloj de la Real Chancillería marca los poderosos pasos del Gran Poder de Granada, cuando sale envuelto en un mar de lirios y plata de ese cofre y relicario de filigrana mudéjar, que es la iglesia de Santa Ana.

Su soberano Poder va despacio, para apurar lentamente en su hombro el sabor amargo del precio de la Salvación. El aire ha suspendido su aliento y el Darro el llorar de sus aguas y el bosque de la Alhambra sus aromas y el Sol ha suspendido la tarde y el capataz su martillo y la Campana de la Vela su canto, por que el Gran Poder de Dios va despacio…muy despacio por Granada, cargado del leño santo.

Toda la noche se ha trasformado en un bullicio incontrolado al filo de la calle Elvira, sones lejanos se esperan que anuncien la gloria hecha pena en una verde marea. Es que la Esperanza llega entre pucheros de seda.

La calle Elvira rebosa
por la placeta San Gil
porque llega la Esperanza
montada en los corazones
de esta Granada eterna.
ya no caben más miradas,
ya no caben más suspiros,
ya no caben más promesas,
ya no cabe más belleza,
ya tu palio se desborda
en mimos de plata y seda,
ya no caben sus varales,
que van llamando a las puertas,
que se abran de par en par,
para que salgan las gentes,
a ver pasar tu grandeza,

para que salga Granada,
a ver la Esperanza que llega.
¡Esperanza de las Esperanzas
eres Tú, la Esperanza nuestra!

***
Ya, la Semana Santa está a punto de abrirse, como el fruto maduro de la granada, para ofrecernos los rojos granos de la Pasión. El Miércoles Santo, es la vigilia expectante en la que ya nos entregamos, definitivamente, poseídos por el enigmático misterio de nuestra Semana Santa. Nuestras retinas ya están contagiadas y nuestros corazones fáciles para el arrepentimiento. En una inexplicable seducción ya se entregan, hasta aquellos que proclaman, que no les gusta la Semana Santa.

Y corremos hacia la plaza de la Universidad, para ver salir entre las columnas del portentoso retablo marmóreo de los Santos Justo y Pastor a la antigua imagen de la Paciencia de Jesucristo, que procesionaban los negros y mulatos de Granada. Él medita, serenamente, ante su inmediata inmolación, el supremo tributo de Salvación, que ha de pagar con el vertido en la Tierra de su Preciosísima Sangre, que sólo y únicamente Él, el Hijo de Dios, puede verter para la eterna Redención de la especie humana.

Y así, de forma callada y sencilla, lo llevan los estudiantes envuelto en el perfume de los tilos del Jardín Botánico al caer de la tarde; al caer de la tarde, lo arropa la estrechez castiza de la calle Fabrica Vieja; al caer de la tarde, nos embelesa con su cercana mirada meditativa.

Virgen de los Remedios, los universitarios te han venerado desde el siglo XVI en la hermandad que fundaron para ti, alborozadamente, en la iglesia del Sagrario, donde aún permanece tu imagen letífica. Remedios te volvieron a llamar, Señora de adolescente presencia. Todo en ti es recato, todo es mesura en tu leve gesto aniñado y dolorido. Sólo tus ojos y tu boca son profundos pozos de duelo, donde guardas tanto dolor contenido.

Granada te espera con impaciencia, para que exaltes sus calles con el granate clavel de tu presencia. Entonces, la campana de San Justo entonará un canto glorioso a dúo con el campanil del cercano monasterio de la Encarnación.

Y en las Carmelitas, cae la tarde, la puerta no se abre; la impaciencia la plaza invade, y los faroles de la puerta cuelgan luceros en el aire, porque sale el Nazareno con su potente zancada a las ocho de la tarde.

A las ocho en punto de la tarde, un clamoroso silencio la invade, cuando sale el Nazareno con la cruz de mis pecados a las ocho en punto de la tarde. ¡Con qué poder nos arrastra Tu mirada! Qué faz morena y tan santa, enmarcada y recortada en el turbador filo de plata de la Luna.

Va camino de Granada
con su potente zancada
en silencio presuroso,
para no tener reposo,
hasta entrada la madrugada
y como acelerado dardo,
cual rayo que se desgarra,
está a punto la saeta,
sembrando la flor del cardo
el dolor en su boca abierta.

Y tras de sus recios pasos, lleva la pena serena de una Virgen granadina de clara hermosura y de singular belleza. Virgen de la Merced, perla de pálida aflicción, recogida en la venera refulgente de su paso de palio. Virgen de la Merced, no hay confín, ni en el cielo, ni en la tierra, que pueda encerrar tu cérea y blanca tristeza.

Y al Calvario no vas sola, porque junto a ti, caminando va Granada.

Y junto a ti, las orquídeas
que florecen en tu paso;
y junto a ti la cera de los cirios,
que a tu compás van llorando;
y junto a ti, las estrellas,
que se ocultan sobre el palio,
para no ver tu quebranto;
y junto a ti, la oración,
que musitan nuestros labios;
y junto a ti, quejumbrosos,
los querubines alados,
que mecen tus candelabros;
y junto a ti, las promesas
de muchos desheredados;
y junto a ti, los inciensos,
penumbra celeste del paso;
y junto a ti, va Granada
y la bulla que se aprieta,
y que va detrás de tu manto;
y junto a ti, van tus lágrimas,
Siete Dolores de llanto,

Siete Dolores de pena,
que lastiman tu rostro santo.

Y en el Realejo, ecos de marchas nazarenas se cuelan por las callejas, cuando de San Matías sale la Paciencia Soberana de Dios, amarrada a la columna del Pretorio.

¡Despacio, costaleros, bajarlo despacio! ¡Que no sufra más quebranto! que es nuestro Dios Soberano, que lo llevan azotado. Que no sufra más quebranto en su espalda dolorida, donde la sangre siembra sus ácidos surcos de espanto.

Y la Virgen de las Penas, lleva pena nazarena bajo el palio, herida su faz morena por el fulgor de los rayos rutilantes de los dolientes astros. ¡Ya no le cabe más pena, cuando mecida la asoman por la Calle de Varela!

En la calle de la Colcha y en Pavaneras, Granada espera el regreso de Jesús de las Tres Caídas, una de las pocas imágenes ligadas, probablemente, desde 1683, a nuestra Semana Santa y a la devoción granadina. Allí, en Pavaneras, se levantan los restos del convento de San Francisco, donde estuvo su capilla y sede de su antigua Hermandad de Jueves Santo y el primer paso de misterio, que sepamos de la Semana Santa antigua.

El feroz centurión señala que ha de ir por la Colcha y Pavaneras, por donde las trompetas atruenan y por donde se aprieta Granada, que lo espera.

Y en la puerta de San Francisco tropieza, mientras las monjas del Carmen lloran su pena en la reja. Quisieran ser sus verónicas que enjuguen la sangre de su Santa Faz serena.

Y la voz varonil del centurión se encarna en la garganta del capataz, decretando, que el Cristo se ha de levantar, mientras la Verónica suplica.

¡Levantad a ese Nazareno!
No le dejéis caído,
dejad que le dé consuelo.
Mirad esos ojos apacibles,
de dulce mirada…
de rostro sereno…
!Levantad a ese Nazareno!

Granada te lleva en volandas, Santa María del Rosario, de ancestrales devociones granadinas.

Ya viene el Rosario Santo,
envuelta en luz en su palio,
y al compas de sus varales,
se mueve el Santo Rosario.
Toda la luz de esta noche
aquieta todo su encanto,
y se aquieta hasta el viento,
que deja llorar el canto
de la saeta que hiere

la luz de su rostro santo.
Y se aquieta hasta el aliento
de las llamas de los cirios,
que crepitan bajo el palio,
porque todo palidece,
cuando llega ante mis ojos,
tan hermosa la Señora,
Madre del Santo Rosario.

Ya la noche del Miércoles Santo se torna en madrugada, cuando Granada entrega la esencia de su alma en el cerro sacromontano e incendia de fervores los barrancos, donde esparcen las hogueras sus aromas de los tomillos, romeros y oréganos, para envolver, en un sueño de olorosa nube, la serena tragedia vertical del Cristo de los Gitanos.

Qué premonición tuvo Risueño en este Cristo lívido de perfil sereno y alargado y rostro “aceitunao”, que perece hecho expresamente para lo adoren los gitanos.

El valle de Valparaiso se abre al encanto de la luna de Parasceve y se hace palco de Granada en las colinas de la Alhambra y se hace “gemío” en la corriente del Darro y se hace espectro en las pitas y chumberas y quejío de saeta en las gargantas gitanas al quebrar la madrugada, mientras pasa entre los humos el Cristo del Consuelo de los Gitanos muerto.

No hay Semana Santa que iguale este marco inigualable.

Granada se hace vereda
al borde de su patíbulo;

y Granada se hace iris
a sus plantas encendido;
y Granada se hace hoguera,
para alumbrar su martirio;
y saeta en las gargantas,
que quieren llevar alivio
a la Virgen Dolorosa,
que suspira entre los cobres,
trastornada en el camino.

***
El Jueves Santo Granada sueña en el Albaicín un sueño de surtidores en las albercas de los cármenes, que ponen un sonido amargo en su danza cristalina. Y sueña con torres mudéjares, que elevan quejas al cielo, desde San Miguel a San Cristóbal, desde San Nicolás a San Pedro y a la Concepción.

Sueña con calles empinadas por las que bajar sus sueños. Sueños de la Pasión de un Cristo Nazareno, que al balanceo de su túnica derrama su Pasión sobre nosotros, portada en las volutas de los inciensos. Y la puerta ojival de San Cristóbal, parece que milagrosamente el arcángel San Miguel la ensancha, para pueda brotar su Pasión peregrina por la Vía Sacra de Granada con sus ojos de húmeda mirada. En ese momento, la primavera ve heridas sus flores por el dolor de la Pasión.

El Cristo de la Pasión
con el yugo de la soga en el cuello,
caminando con el peso del madero,
ara surcos de Salvación en su Reino

Tras Él, todas las estrellas del firmamento se han citado sobre el palio de la Virgen de la Estrella, piropo doloroso del cielo. El Albaicín la seguirá, sin dejarla jamás de mirar.

Sin dejarla de mirar,
veo alejarse una Estrella,
sin dejarla de aplaudir
los gitanos la jalean.
Por la Cuesta del Chapiz
los candelabros se incendian,
para iluminar el Darro
en esta noche serena.
Sin dejarla de seguir,
prendido de su belleza,
el Albaicín va tras de Ella.

Esta vez el Albaicín nos asombra con el marco más singular, con un fuerte sabor popular, en el tránsito de la Hermandad de la Aurora por la Cuesta de San Gregorio, al filo de la Calderería, donde las atormentadas cuestas se hacen remanso en la plazuela de San Gregorio Bético. Allí, el olor de la cera y el incienso fraternizan con los efluvios del té y la yerbabuena, que escapan de las teterías, para juntos incensiar al Cristo del Perdón, arrebato renacentista de Diego de Siloé, que se desliza, en un desmayado trance, por el fuste de su columna.

Antes Granada, desde el mirador de la Lona, convierte la luz de la tarde en milagro de la Aurora, para coronar la frente de tan excelsa Señora, paloma blanca que anuncia el amanecer de la Resurrección prometida.

Y en el Albaicín,
te coronan
los jazmines, haciéndose ramilletes
en el candor de tu frente.
Y te coronan
las copas de los cipreses,
cuando la brisa los mueve
y las lilas que se asoman
a las tapias de los cármenes.
Y te coronan
los perfumes de los galanes de noche
y las campanas que repican en las torres
y te coronan los Arcángeles,
y te coronan las fuentes
y al bajar por Calderería,
la media Luna de Oriente.
Vas coronada de Aurora
por la luz del cielo celeste.
Y te corona
Granada con rayos de amor ardiente.
Dolorosa compungida,
del Albaicín, Reina Sufriente.

Y del bullicio exultante de Plaza Nueva, donde todo son corazones palpitantes, que desbordan el espacio cuando irrumpe la Aurora, pasamos al expectante recogimiento en el compás de la Concepción, ante el resplandor quimérico de la Alhambra, que brota iluminada de la bruma de su bosque encantado.

En ese claroscuro mágico de la agonizante tarde, camina Jesús en el Amor y Entrega, que emerge con el blanco candor de su túnica, del sortilegio y embrujo del laberinto albaicinero.

Y desde allí, cuando el borde de la noche se torna madrugada del Viernes Santo, otra vez la calle de Elvira se convierte en inevitable protagonista de la madrugá granaina. Por allí, la Virgen de la Concepción, en su ansiedad desbordada, convierte en reflejos de plata la noche oscura, que invade de brumas de tragedia la Plaza Nueva, cuando se acerca el Silencio.

La encrucijada de esta noche amarga es Elvira con Plaza Nueva, donde no falta nadie, donde Granada se aprieta en una “bulla” total, haciéndose dique para que no pase la hermosa Concha de Dolor, que cegada por la luz de su paso de plata, no vea, ni oiga que el Redentor pasa muerto en el mástil del Silencio.

Virgen de la Concepción,
perla de tanto Dolor,
no entres en Plaza Nueva,
porque llevan a tu Hijo,
en el Silencio,
que va muerto por Amor.

Y el mundo ha quedado en Silencio y la Muerte se hace saeta marfileña en la garganta del río Darro, para posar su eco dolorido sobre la pátina ebúrnea del Cristo de la Misericordia, que avanza, quebrada de duelo la madrugada del Viernes Santo, entre salmodio de luto del racheo de las colas de los negros nazarenos. Sólo se oye el martillo que quiebra la madrugada y sólo se ve su Muerte de Marfil, que pende serena en árbol de taracea.

El Cristo de la Misericordia es el único Crucifijo del mundo, donde parece que el mismo Dios va muerto, a la vez, que ya se alienta en su níveo éxtasis, el pálpito de la Gloriosa Resurrección.

A esa hora, a esa misma hora, el Zaidín envuelve su noche en luto blanco y esperanzado de Redención, cuando recibe al Cristo Salesiano, que convierte la Noche Oscura del alma en azogue luminoso, que emana del Lucero Redentor.

¡Señor de la Redención!
macasar de amarilla Muerte
¡Detén tu caminar silente!
quiero acercarme a tu cruz,
a contemplar tu mirada
rota de amarilla muerte.
Palpar tu clavel tronchado,
ver las llagas de tu frente,
y que hieras mi mirada
con esa amarilla muerte

Del árbol de la Redención
el Cordero está pendente,
con el pecho lacerado,
lleno de amarilla muerte
Quiero estar bajo tu Cruz,
posar mis labios ardientes
en la llaga de su pecho,
para borrar de tu rostro
tanta…tanta amarilla muerte.

Y tras Él, la Virgen de la Salud con los luceros iluminando su palio

Ya la Salud aparece,
se mueven sus bambalinas
y las velas de su palio,
y entre sus manos divinas,
lleva cuentas del rosario.
Cinco misterios de luto
engarzan sus dedos santos,
cinco lágrimas de llanto,
cinco fuentes de Salud,
cinco misterios andando,
entre los cirios de cera,
y entre las flores del nardo.

***

Recuerdos de mi niñez, me trasportan a una Granada exenta de circulación en la tarde del Jueves Santo y en el Viernes Santo. El Jueves Santo, después del almuerzo, que solía ser potaje de garbanzos y bacalao con tomate, el centro de Granada se convertía en un ajetreo incesante de mujeres de mantilla y de varones con traje oscuro, que querían pasear por las calles su luto y visitar los monumentos de Santo Sacramento. Tras el Concilio, se trasladó el ceremonial a la mañana del Viernes Santo, pero ha desaparecido, desgraciadamente, ese rito ancestral, tan bello y tan nuestro, de las mantillas en la tarde del Jueves Santo.

El Viernes Santo es un Viernes muy especial en Granada. No hay ciudad que acuda, como Granada acude a las tres de la tarde al Calvario del Campo del Príncipe. Todas las calles son ríos humanos que buscan la Cruz del Cristo de los Favores. En Granada Cristo no muere sólo. La Cruz de los Favores aparece clavada sobre un tapiz humano de infinito arrepentimiento. Toda Granada está suspensa, como una clepsidra de lágrimas que llora la hora nona, en la que Dios se hace ausencia.

Tres toques de cornetín y mientras doblan las campanas de San Cecilio, hasta los pájaros enmudecen en los cipreses de los cármenes de la Antequeruela.

Todo el Campo del Príncipe es silencio postrado ante el Cristo de los Favores, Cristo Santo, al que aprendí desde niño a ir buscando.

Y yo, tu cruz voy buscando;
y buscando los Favores
de tu Poder Soberano;
y voy buscando esa luz,

que irradias desde tu paso,
cuando pasas por Fortuny
y todos nos rezagamos,
para ver el divino rostro,
que mis ojos van buscando.
Cuando te alza el capataz,
quiero que se acalle el mundo,
que el silencio voy buscando,
y que no respire el cielo,
para escuchar las pisadas
que llevan tus costaleros.

Y pasa el Cristo de los Favores sobre un trono de llamas retorcidas y barrocas de oro fino, deslumbrando el Viernes Santo con esos candelabros altos, para envolver su muerte y elevarla al firmamento y, tras su paso, la Cuesta del Realejo se empina hasta el mismo cielo, haciéndose camino, por donde tanta Misericordia y Gracia de Dios nos llega, que se hace agua santa a sus pies en el pilar del Realejo, junto a su retablo cerámico.

Todo el Realejo retumba
al vibrar de las cornetas
cuando la Misericordia llega,
y parece sonreír
entre los ramos de cera,
cuando lleva tanta pena.
Y cuando va por Girones,
ya Granada se le entrega,
y en los rizos de su pelo,
se enreda la Luna llena,
para iluminar su rostro
de tan coronada pena,
y parece que su palio
va cubriendo su realeza
porque del Realejo eres
Madre, Señora y Reina nuestra.
¿Porqué te hizo Granada,
Greñúa, con tanta pena?

Ya el Genil es un reflejo dorado de la luz Viernes Santo que agoniza. Ninguna ciudad supo iluminar el postrer suspiro de Jesús, como lo iluminó Granada, allí, donde el Darro, el Genil y María del Mayor Dolor, unen sus llantos, cuando Cristo está expirando. Antes las hogueras, desde el cauce del Genil, elevaban sus llamas al cielo como lenguas de fuego, que con su crepitar y ardiente vaho emocionan el aire de la tarde, para que, entre ellas, pase por el puente el Cristo Expirante. ¡Como llora la Virgen del Mayor Dolor!, Soberana del Supremo Dolor, ninguna llora como tú, tus lágrimas son cinco conmovidos luceros, que regarán de pena las calles el Viernes Santo. entreabiertos de suspiros tiene sus labios

Madre del Mayor Dolor,
flor doliente de Israel,
azucena quebrantada,
en su sufriente mirada.
¡Ay! qué grande es su Dolor,
y qué amargo mi sentir,
cuando Jesús va expirando,
por el Puente del Genil.

Y un pálido primor Doloroso de Amor se abre paso por el antiguo Camino de Santa Fe, camino por el que en la antigüedad ha pasado tanto dolor granadino. Allí estaba el hospital-lazareto de San Lázaro, presidido por el dolor del Señor de la Paciencia… gueto de los apestados y leprosos, hoy desaparecido. En la Caleta, se alzaba el quemadero-parrilla de los reos de muerte y la Torre de los Cuartos, donde se exponían los cuatro cuarto de los condenados descuartizados por los caballos, previniendo, con aquel horrible espectáculo, a los viajeros que entraban en la ciudad.

A ese ámbito de suplicio, llegó, hace más de trescientos años, la Madre del Amor y Trabajo, tesoro de Granada y de los ferroviarios. Desde entonces, siempre ha ido coronada por el fervor del barrio de San Lázaro, barrio cristiano más antiguo de Granada.

Por el antiguo Camino Real de Santa Fe se acerca a Granada la Virgen del Amor. Va nimbada por la diadema blanca de Sierra Nevada, para calmar el riguroso luto de su tierno y meditativo perfil de su íntimo Amor Doloroso, en ese primer paso de negro duelo.

¡Ay! qué grande es el Amor
que nos lleva tras de ti,
Serenísima gardenia
desmayada de Dolor
¡Ay! qué grande es el Amor
de tu Doloroso perfil.

La campana de la Vela va dando las horas tristes en Plaza Nueva. Divina Ausencia y Soledad de María en el Calvario. Nadie talló en España una Soledad tan artísticamente sola. José de Mora lo consiguió a base de oración, ayuno y penitencia y cierta dosis de locura mística, inspirada por el mismo Dios, que lo elevó hasta el Cielo para contemplar a María. Nada más salir de su taller para ser depositada en su casa servita de San Felipe Neri, obró su primer milagro.

Y quedó sola…
Sola quedó en el Calvario,
entre lirios de dolor ensangrentados,
entre pétalos sembrados de su angustia,
recogidos por las telas del sudario.
Abrumada de dolor con la corona,
en sus manos la acaricia con ternura,
y la hieren de azucenas sus espinas,
traspasándola de amor en su congoja.

Y ya, cuando en el último suspiro de tarde se acalla el vuelo de las golondrinas, aparece la Soledad de Granada, la de Santa Paula, la de siempre… la que siempre ha ido los Viernes Santos, desde hace más de 300 años, tan sola por Granada. Rosa mística que caminas en tu paso, ocultando entre la luz de tus cirios el brezo de tu Soledad.

Su íntima Soledad se refugia entre sus manos entrelazadas y el esplendor de su peto bordado, tan granadino. Afortunadamente, hay varias imágenes que ya lo han recuperado, como uno de los históricos signos de identidad de nuestras Dolorosas.

La Virgen nos invita a buscar nuestra soledad, en una meditación íntima sobre la nuestra posición en las distintas contradicciones de nuestra vida, acompañando todas las Soledades de nuestra existencia.

Soledad ¿a dónde vas
tan calladamente sola?
En tus mejillas de nácar
llevas la Luna redonda,
que pone fin a la noche,
anunciando el Sol que asoma.
¡Soledad!
No estás sola en tu camino
que Granada, compungida,
va caminando contigo.

Dolorosa por excelencia y de más antigua devoción de la Semana Santa de Granada, se merece la Corona.

Todo es quietud en el Sábado Santo, calma chicha en Granada. Todo está consumado y, sin embargo, todo es espera. Ese día Granada se centra, como único objeto de su meditación, en su principal devoción: las Angustias de Granada, elevada en su principal Gólgota: el Calvario de la Alhambra. El Sábado Santo, Granada huele a bosque, mientras la campana de la Vela nos anuncia, que ya baja, sobre en una fantasía quimérica de columnas y atauriques nazaríes de plata, el delirio barroco de ternura maternal de la Virgen de las Angustias de la Alhambra.

No hay motivo que más me conmueva, que esa atracción contenida de la mano de María sobre la de su Divino Hijo, que casi se rozan pero no se tocan. No quiere tocar su Muerte desmayada en su regazo. Con gesto de íntimo asombro, parece quererle dar su aliento vital de Madre, para revivirlo,para Resucitarlo.

La Alhambra llora tu Angustia
por sus acequias de plata.
Nuestras almas son veredas,
por donde pisan tus plantas,
y vuelan con tus palomas,
sobre tu paso de plata,
y entre los lirios te alzas,
como surtidor de Angustias,
por el bosque de la Alhambra.

La media luna ya se oculta entre los tilos del bosque, cuando aletea, en la suave brisa, el suspiro de la Resurrección del Sol radiante, que anunció la Luna Virginal.

Por el proverbial milagro de Dios, de la crisálida amarga de la Pasión resurge el luminoso Domingo, como una mariposa gloriosa de Redención. El precio del Mandato está pagado. Pero Granada, también celebra su Resurrección especial. Jesús Niño del Dulce Nombre quiere entrar triunfante, mostrando el signo invencible de la Cruz. Una “petalá” de campanitas inunda nuestra Bibrambla y a la Catedral van con Él, en su alborozo de niños, entrando en el blanco templo a hombros de facundillos.

Y allá, en el borde de la ciudad, donde la Vega acaricia con verdes efluvios nuestra Granada, y los rayos triunfantes del Sol avientan las cenizas de la noche, brota el Ave Fénix de la Salvación, encarnada en la poderosa talla del Resucitado de Regina, balanceando su gloria entre el perfume de los gladiolos.

Y su Madre, la Reina del Mundo, plena de color en su incontenible Alegría, como la Victoria de Samotracia de los Cielos, nos presta sus benditos brazos abiertos para que Granada reciba la Luz del Mundo.

Con un agridulce pesar, porque se aleja en el tiempo, esa Santa Semana en la que hemos palpado, con nuestro corazón y nuestros cinco sentidos los Misterios de nuestra Fe, recibimos desde el oriente de la ciudad, al Señor de la Resurrección, campeando sobre la muerte hundida en el Sepulcro y emergiendo de ella, sin tocarla, como en el milagro de Tiberiades. Otra vez, el Zaidín está presente para despedir nuestros sentimientos cofrades. En sus Vergeles, una blanca paloma de alas de encaje triunfal irá a posarse en la Carrera ante la basílica de la Madre de Angustias, manto protector de Granada y principio y fin de la devoción de decenas de generaciones granadinas a través de los tiempos.

La gloria blanca en tu paso.
llevas el Triunfo en tus manos
Y en tu cara, sin congoja,
la Luz del mundo se asoma
.
Y así os pregono la Semana Santa, porque así la siento, porque así siento a Granada, su luz y sus aromas y así, yo siento el misterio de sus barrios, sus calles y sus plazas. Porque así siento su Realejo, su Zaidín, su Albaicín y su Alhambra. Porque así siento sus santas imágenes. Porque así, siento nuestra Semana Santa.

Muchas ciudades habrá
con Semanas Santas bellas,
pero ninguna tendrá,
ese marco, tan singular,
que tiene nuestra “Graná”.

Muchas gracias

Granada 26 de Febrero de 2012

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