Seis frailes de los Hermanos Fossores de la Misericordia atienden desde hace seis décadas el cementerio de Guadix y el de Logroño, una orden dedicada a cuidar los camposantos y ofrecer consuelo a las familias en el momento de despedir a sus seres queridos.
El día de Todos los Santos convierte en un hervidero de idas y venidas los camposantos españoles para cumplir con la tradición de limpiar nichos, adecentar tumbas y remozar recuerdos regados de flores.
Y el resto del año, cuando los cementerios recogen el silencio, los seis frailes de la institución religiosa Hermanos Fossores de la Misericordia mantienen vivos los camposantos y reconfortan con su compañía a los que despiden en estos lugares a sus familiares o amigos.
Esta congregación, con seis décadas de historia, fue fundada en Guadix (Granada) por fray José María de Jesús para cumplir dos obras de misericordia: enterrar a los muertos y rezar por los vivos.
“Cuando fray José María presentó el proyecto al obispo Álvarez Lara, lo resumió diciendo que la nuez tiene una cáscara amarga pero un interior muy dulce”, ha recordado fray Hermenegildo a Efe para resumir la misión de los Fossores, que actualmente tiene tres frailes en el cementerio accitano y otros tantos en Logroño.
Su día a día comienza a las seis de la mañana y reparte sus horas entre la oración y el trabajo en el camposanto, donde abren y cierran las puertas, cuidan los nichos y se encargan de la jardinería.
“Abrimos, cerramos, enterramos y rezamos. Se recibe a las familias en la puerta para ofrecerles acompañamiento, hacerles ver con nuestro silencio y disponibilidad la creencia en la resurrección”, ha detallado fray Hermenegildo.
Los fossores accitanos, que viven en un cementerio que luce limpio, luminoso, afable, reciben a los familiares de los fallecidos en la puerta y les acompañan por esa cuesta física del camposanto hacia el enterramiento, y también en la pendiente emocional del momento.
“Es como cualquier trabajo. Si dura es la muerte, más dolor pasan los que trabajan en hospitales. Procuramos endulzar las muertes con una postura de acercamiento a las familias más que con las palabras, porque la muerte no tiene palabras”, explica fray Hemenegildo.
Con mimo mañanero, los fossores adecentan nichos, mantienen los jardines, limpian las calles del cementerio y ofrecen atención a quienes no tienen quien les recuerde en días señalados como el de hoy.
“Le das más cariño a lo que está más abandonadillo. Aquí no hay creencias ni famosos, hay enterradas personas de todas las creencias porque al cementerio vienen blancos, azules, amarillos y coloraos”, explica el fossor.
Junto al alma, cuidan también de los vivos desde un comedor social que atiende a unas 300 personas al día y apuestan por quitar el miedo social a los cementerios “pero a través de la fe, no de teatritos y fiestas modernas”.
Sus seis décadas de dedicación silenciosa han encontrado ya el reconocimiento de Guadix y de sus vecinos, “la familia”, dice fray Hermenegildo, “que te da buenos ratos y sofocones”.
Aún sin relevo generacional, los fossores mantienen su rezo, su atención y acompañamiento, su brazo tendido como alma viva de un cementerio. Hoy, y esos días en los que los camposantos lucen vacíos.
María Ruiz (Agencia EFE-Granada)