La mujer, de iniciales M.D.R.L., que está siendo juzgada desde este lunes en la Audiencia de Granada acusada de asesinar con una escopeta de caza a su marido en la localidad granadina de Charches, en El Valle del Zalabí, y ocultar el cadáver, ha afirmado que la sometía a malos tratos, que la insultaba y que la tenía “angustiada” en los últimos meses de relación, en los que además se “vanagloriaba” de serle infiel con una prostituta.
Ante el jurado popular, la procesada, de 46 años, ha descrito con detalles cómo actuó aquella madrugada del 12 de mayo de 2013, aunque ha afirmado que lo hizo sin ser ella misma, y que incluso, después de muerto, llegó a pensar que su marido se había marchado de casa, así que actuaba “como si no hubiera pasado nada”. “No era yo, era una cosa impresionante, pero no pensé nunca en ocultar el cadáver o las pruebas”, ha dicho.
Según ha relatado, se casó con su marido a los 15 años, cuando él tenía 19, y tuvo la primera de sus dos hijas a los 18. El esposo, F.M.E., fue siempre, según ha dicho, “muy agresivo”, y durante toda la relación siempre la insultaba o le daba “voces”, aunque ella nunca le denunció.
“Yo lo sobrellevaba, me callaba, aunque él me llegó a dar puñetazos y patadas”, ha mantenido la inculpada, que además ha asegurado que las hijas también fueron testigos de esas agresiones, e incluso víctimas igualmente de sus malos tratos, con lo que la relación entre ellas y su padre era “regular”.
Fue en agosto del año anterior, según ha incidido, cuando se enteró de que su marido tenía una relación extramatrimonial, de la que él se “vanagloriaba”. Él, según ha sostenido la mujer, le llegó a proponer “un trío” con la otra mujer, a la que le escribía mensajes al móvil en su presencia. “Yo me sentía angustiada”, ha mantenido la procesada, que entonces dejó su trabajo, en el campo, y se pasaba el tiempo mirando dos teléfonos móviles, para controlar cuándo se conectaba el marido al chat del ‘WhatsApp’ para hablar con su amante o novia.
El día 12 de mayo de 2013, los dos estuvieron trabajando en una obra de la Rambla del Agua, en Charches, y fueron a cenar junto con una de sus hijas y su nieta, de 4 años, a la casa de la madre de su marido. Después, y de vuelta a la residencia familiar, él comenzó a insultarla y a llamarla “sosa” y “espantapájaros”. “Yo me eché a llorar, y discutimos, me acosté y me quedé dormida, pero no sé por qué me desperté de pronto, y cogí la escopeta que él tenía en la cocina”, ha explicado.
Entonces, mientras su marido dormía en la cama, le disparó hasta en dos ocasiones, y después se dirigió a la calle con la intención de contarle a su suegra lo que había ocurrido, pero, en lugar de eso, se fue a un sofá en el salón, donde permaneció el resto de la noche. A la mañana siguiente fue a despertar a una de sus hijas para que fuera a trabajar y otra le dijo que había escuchado disparos en mitad de la noche, pero ella le respondió que habría sido “contra un venado o un perro”. Además, uno de los compañeros del trabajo de su marido, que estaba empleado en el Infoca, le preguntó por su paradero, a lo que ella le contestó que “ya se había ido”.
Una vez sola en la vivienda, se dirigió al dormitorio y no sabe por qué, “quizá porque el olor me recordaba a un venado muerto”, cogió a su marido de los pies y lo llevó hasta la cochera, donde lo montó en una furgoneta y se dirigió hacia la Rambla del Agua, donde lo dejó caer en un barranco y lo tapó con piedras y unos matorrales. “No sé qué me pasó, fue como arrastrar a un venado”, ha indicado.
Después, volvió a la casa, y quemó las sábanas, un trozo de colchón ensangrentado y un móvil en una chimenea de una casa de aperos de la finca, y cambió la mesita de noche que los disparos habían roto e incluso le dio una mano de pintura al dormitorio para limpiar los restos biológicos que habían quedado en las paredes.
Cuando sus hijas, de 22 y 27 años, llegaron a casa ella les dijo que el padre aún no había regresado y cuando una de ellas y la madre de la víctima presentaron denuncia por su desaparición ella estuvo de acuerdo, y llegó a participar en el operativo de búsqueda: “No era yo, estaba enferma, estaba como si no hubiera pasado nada. Era mi marido y lo quería mucho, yo no tenía a nadie más que a él, no tenía ni padre ni madre, era lo más importante para mí, más que mis hijas”.
En el juicio, que continúa toda la semana, está previsto que declaren tanto la madre como los hermanos del fallecido, la psicóloga que atendió a la acusada pocos días antes de la muerte del hombre, o las hijas de la procesada, entre otros.
La Fiscalía pide para ella una pena de 18 años y nueve meses de prisión, por un delito de asesinato y otro de tenencia ilícita de armas, con la circunstancia agravante de parentesco y la atenuante de confesión, además del pago de una indemnización a la madre del fallecido de 60.000 euros.
La acusación particular, que ejerce la familia del fallecido, eleva su petición a los 21 años de prisión, 20 años por un delito de asesinato y un año más por tenencia ilícita de armas; mientras que la defensa sostiene que actuó por “obcecación” y solicita que sea condenada a cuatro años por un delito de asesinato, aunque teniendo en cuenta que concurren en este caso, además de la agravante de parentesco, las atenuantes de confesión, anomalía o alteración psíquica y obcecación, y al pago de una indemnización de 30.000 euros.
ACUSACIÓN DE LA FISCALÍA
Según la Fiscalía, esa noche del 12 de mayo del pasado año, después de pasar todo el día junto a su esposo y tras cenar juntos en la casa de su suegra, la mujer, “movida por los celos y con el firme propósito de acabar con la vida” del hombre “procedió a ejecutar un plan perfectamente trazado”, consciente de la gravedad y de las consecuencias de lo que iba a hacer.
Al regresar a su domicilio cerca de la media noche, ambos se acostaron en la cama de matrimonio que compartían desde hacía años. La acusada esperó a que su marido estuviera “profundamente dormido” para llevar a cabo su plan.
Así, “aprovechándose” de la situación “de su absoluta indefensión”, siendo las 2,30 horas, sacó la escopeta de su escondite y, “actuando con sumo cuidado” para que él no la descubriera, le acercó el cañón a la cabeza y “con absoluta frialdad” efectuó dos disparos que le causaron la muerte instantánea.
Tras comprobar que su esposo estaba muerto, la inculpada desarmó la escopeta, la volvió a colocar en el armero y pasó el resto de la noche sentada en un sofá del salón, hasta que a las 7,30 horas llamó a la puerta un compañero de trabajo del marido quien, extrañado por su tardanza, le preguntó por él, y ella le dijo que se había ido.
Después de que sus hijas se marcharan y, con la seguridad de estar ya sola, la mujer arrastró el cadáver de su marido desde el dormitorio hasta un garaje, y llevó el cadáver al maletero de una furgoneta. Con intención de esconder el cuerpo sin vida del esposo, se desplazó hasta un lugar conocido como ‘Rambla del agua’, y se apeó para sacar el cadáver, que tapó con varias piedras de grandes dimensiones y con vegetación.
Después regresó a su casa y “con el malogrado propósito de borrar las huellas de su crimen”, tiró las vainas de los cartuchos percutidos en un callejón cercano, y guardó en unas bolsas las sábanas manchadas de sangre y los restos de la cabeza de su marido que aún quedaban en el dormitorio para quemarlos en la chimenea de una caseta de aperos propiedad del matrimonio.
El 16 de mayo la Policía Judicial tuvo conocimiento de que se había usado esa chimenea y, ante los “evidentes indicios” de que la desaparición no había sido voluntaria, la mujer, “angustiada”, confesó los hechos y llevó a los agentes al lugar donde había ocultado el cadáver, y fue detenida.