Diez ‘fossores’ mantienen la única organización religiosa de los cementerios

En Logroño y Guadix

Los Hermanos Fossores de la Misericordia se mantienen en España sólo en los cementerios de Logroño y Guadix con diez hermanos dedicados al cuidado de los camposantos y a ayudar “al tránsito a la verdadera vida”.

fossores guadix

Así lo ha explicado a Efe el hermano Alberto Agustín, superior de los cuatro fossores del cementerio de Logroño, donde llevan desde hace más de medio siglo atendiendo a las familias que llegan con los difuntos al camposanto.

Fray José María de Jesús Crucificado -nombre que adoptó tras fundar la orden- fue quien en 1953 creyó que era necesario contar en el seno de la Iglesia con personas dedicadas a ayudar “a ser testigos de la resurrección y ayudar a las familias en un momento muy duro”, según Agustín, quien, como sus otros compañeros, no es sacerdote, aunque no están cerrados “a contar con alguno”.

Ejercitan específicamente la obra de la misericordia de enterrar a los muertos, rezando por los difuntos y por los vivos y se llaman fossores por saberse herederos de los que llevaban ese nombre en la primitiva iglesia de las catacumbas.

Este instituto religioso de los fossores nació en Guadix y, poco a poco, crecieron y contaron con más miembros, que llegaron a estar en los cementerios de Jerez de la Frontera (Cádiz), a donde llegaron en 1959; Huelva, en 1962; Vitoria, en 1963; Pamplona, en 1965; Logroño, en 1966, y Felanitx (Mallorca).

Pero tras los años de expansión, llegaron otros en los que la falta de vocaciones marcó un retroceso hasta la actualidad, donde quedan cuatro hermanos en Logroño y seis en Guadix.

“Las vocaciones están en manos de Dios, depende de Él si las hay o no”, añade el superior del camposanto riojano, quien subraya que en los últimos años han tenido dos incorporaciones y “hay más gente que se ha interesado por conocer esta forma de vida, aunque luego no se han quedado”.

Es consciente de que, dada la edad media de los actuales fossores, sólo seguirán “hasta que Dios” les “llame”: “Cuando eso suceda, el último que apague la luz y ya está”.

Su labor consiste en “ser testigos de la resurrección” porque “cuando muchas personas llegan al cementerio lo hacen como si acabara todo, pero no es así”, por lo que tratan de transmitir otra idea: “Aquí empieza todo, porque hemos sido creados para la otra vida, no para ésta”.

“Tratamos de difundir ese mensaje con nuestro testimonio, nuestro trabajo y nuestra presencia en momentos muy duros para las familias”, que, “en algunos casos, entienden nuestra labor y en otros no”, reconoce.

La experiencia le ha dado a él y a sus compañeros “una sensibilidad especial”, aunque cree que, “con el paso de los años, la gente ha ido perdiendo un sentimiento de espiritualidad que hacía que se comprendiera mejor” lo que hacen. “Ahora hay mucho pasotismo y pocas personas se plantean para qué estamos aquí”, lamenta.

A él le cautivó, precisamente, la espiritualidad y “la paz” que encontró en el cementerio de Logroño en 1968, cuando tenía 22 años, después de que un fossor visitara su pueblo natal, Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), lo que despertó su vocación.

En 42 años como fossor ha asistido, también, a un cambio “radical” en los ritos relacionados con los funerales y los enterramientos.

De los “suntuosos” y “lúgubres” panteones se pasó hace años a aumentar el número de nichos y, desde hace menos de una década, “se han multiplicado las incineraciones, que ahora son muchas más que los entierros normales”, apostilla.

“Hace veinte años, algunas personas traían a sus difuntos del extranjero tras una incineración y nos parecía algo extraño, pero ahora las incineraciones son lo normal y los cementerios se han preparado para ello porque es un proceso más práctico y cómodo”, según el hermano Alberto Agustín.

“Nuestro mensaje es de vida y por eso no me gustan las cosas tétricas, sino la naturaleza, los jardines y los pájaros”, por lo que está “encantado” con la iniciativa del Ayuntamiento de Logroño de crear varios espacios para depositar cenizas y urnas, entre ellos un “arboretum”, un espacio plantado de árboles en torno a los cuales las familias podrán enterrar recipientes biodegradables con cenizas.

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